Sabíamos que llegaría y así sucedió. Dentro de lo previsto y presagiado íbamos por el camino que tantas y tantas voces nos habían descrito.
El primer día fue como prepararse para una tremenda aventura, las emociones se mezclaban, entre risas nerviosas de ilusión y de miedo, quizás más esto último por nosotros que por el pequeño, que aún no podía ni alcanzar a predecir 'lo que se le venía encima'.
Quizás, el cambio mas grande de su vida.
Salimos de casa, con su mochila y su bolsa de la merienda, regalo de la abuela Elvira, llevaba planeando y esperando esa merendola, bocadillo de pavo y zumo de melocotón con uvas, hacía semanas. Muy contento, bien peinadito, sus rizos en orden y unas zapatillas cómodas para jugar a fútbol.
El primer escollo que encontramos, y quizás antesala de lo que nos esperaba, fue el discurso de bienvenida del director del centro. Desde el punto de vista del Cachorro, demasiado tiempo, demasiada gente, demasiados niños gritando y reboloteando a nuestro alrededor, tantos que no quiso bajar de brazos de su padre. La imagen de más abajo creo que muestra todo lo que sentía con esa carita.
Cuando los mensajes de bienvenida acabaron fuimos directamente a su clase. ¡¡Esto si que le gustaba!!. Había colores, libros, sillas y mesas pequeñitas, una pizarra, oooooohhh, no salía de su asombro, los ojos bien abiertos y el rostro serio pero ilusionado. La presentación de las 'seños' y la despedida de los padres. Todo pasó rápido, hay se quedó con su bocata, en su pequeña silla, rodeado de sus futuros amigos. Le hablamos despacito y a su altura, el mensaje era claro y sencillo, lo conocía porque llevábamos semanas con este lema por bandera: ¡Volveremos a por tí, pásalo bien!. Ni siquiera levantó la vista para vernos salir.
El primer escollo que encontramos, y quizás antesala de lo que nos esperaba, fue el discurso de bienvenida del director del centro. Desde el punto de vista del Cachorro, demasiado tiempo, demasiada gente, demasiados niños gritando y reboloteando a nuestro alrededor, tantos que no quiso bajar de brazos de su padre. La imagen de más abajo creo que muestra todo lo que sentía con esa carita.
Cuando los mensajes de bienvenida acabaron fuimos directamente a su clase. ¡¡Esto si que le gustaba!!. Había colores, libros, sillas y mesas pequeñitas, una pizarra, oooooohhh, no salía de su asombro, los ojos bien abiertos y el rostro serio pero ilusionado. La presentación de las 'seños' y la despedida de los padres. Todo pasó rápido, hay se quedó con su bocata, en su pequeña silla, rodeado de sus futuros amigos. Le hablamos despacito y a su altura, el mensaje era claro y sencillo, lo conocía porque llevábamos semanas con este lema por bandera: ¡Volveremos a por tí, pásalo bien!. Ni siquiera levantó la vista para vernos salir.
Para nuestra sorpresa al llegar a casa, le cambió el semblante y el humor. Jugaba, reía gritaba feliz. Nos dijo que no quería ir más al Cole porque ''nos echaba mucho de menos, hay muchos niños, no le gustaban las seños''. Para él, aquella mañana había sido un punto y final.
Nos tocaba explicarle, que no, que aquello era un punto y seguido. Al día siguiente, más. Y no mejor, claro. El segundo día fue el peor, desde que se levantó hasta que le dejamos allí, en aquel lugar tan inóspito como impenetrable, la Puerta de Preescolar. Y así, sucesivamente, cada día la retahíla de 'no quiero ir al Cole' se iba acortando, en tiempo y en intensidad, hasta que pasada la primera semana se acabó por fin.
Su segundo lunes, se despertó y preguntó: ¿hoy hay Cole?. Respondí: ¡Claro!. Respondió: 'es solo un ratito' y sonrió. Prometo que así fue. Hay se quedó el problema. No nos lo podíamos creer, ¡en tan solo tres o cuatro días estaba más que habituado!. No protestaba, no se quejaba, no lloraba, no suplicaba. Estaba feliz.
Capacidad de adaptación.
Increíble.
Me quito el sombrero, y tomaré nota para el siguiente escollo que tenga que superar: podré permitirme varios pataleos, algún lloriqueo, dos o tres chantajes emocionales, y a los cuatro días, interiorizar la frase: 'es solo un ratito' y sonreír, siempre sonreir, disfrutando y siendo feliz.
Otra lección más que nos ha dado nuestro pequeño.
Pues mi "solete" tiene 9 años y aun no le gusta ir al cole, todos los años se repite la misma historia hasta mediados de noviembre esta nerviosa, no duerme bien, esta apática etce etc, pero si tienes razon se aprende mucho con ellos dia a dia. Muchos besos. Por cierto que bien escribes.
ResponderEliminarTú tienes tres soletes cada uno con su luz propia, diferente y cegadora. Estás aprendiendo tres veces más que yo con todo lo que tienen para tí,....¡¡así que fíjate que envidia que me das!!.
EliminarHola Pili me sorprende tú faceta de escritoral lo haces muy bien y tenéis un niño precioso le estáis haciendo un regalado para el resto de su vida , nosotros tenemos otro niño precioso q nos o tiene enamorados él esun veterano en ir a la guardé y se quedé feliz con sus compis aunque tb le costó adaptarse era un bebe. Un beso para todos
ResponderEliminar¡¡¡Cuanto me gusta verte por aquí!!! A ese otro niño precioso le tengo pendientes más de un achuchonazo..... Uno de los motivos principales por lo que cree este blog, fue precisamente por eso, dejar huella y testimonio de nuestros pequeños acontecimientos, y guardarlos para siempre.
EliminarAins... pobre... si es que las entradas en los coles no deberían ser así...
ResponderEliminarMenos mal que la capacidad de adaptación que tienen nos sorprende cada día...
Un saludo!