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lunes, 8 de septiembre de 2014

Vasos escarchados y tortillas de patatas.

Todo empezó un 21 de julio. Como era de esperar, las señales de alarman repiqueteaban en las tardes famélicas cada vez más largas,  el tamaño  cada vez mas ajustado de las faldas y short de quinceañeras alocadas aventuraban los grados de más que se alcanzarían. Como era de esperar las charlas y el paso de los viandantes se llenaban de colorido y fuegos artificiales en paseos, zocos y juegos de parques infantiles, cada vez más llenos, cada vez más ruidosos. Las terrazas de bares eran los puntos de encuentro, recreo y refrigerio para grandes y pequeños, y como no, los hoteleros se unían a la bienvenida de la tan esperada estación llenando neveras y cámaras frigoríficas de vasos escarchados y tortillas de patatas.
Y todo acabará el 21 de septiembre. Sí, señores acabará. Aunque los coletazos de la agonía comienza en el ocaso de agosto, mes por excelencia veraniego, pero también triste embajador por darse en él el principio del fin sobre el veintitantos de su onomástica. 
Precisamente escribo estas lineas inspirada en unas pequeñas, agradables e inesperadas nubes que se han colocado esta tarde de lunes de principios de septiembre frente al incansable sol que nos acompaña desde entonces dándonos su mejor versión.
Es esa luz difuminada, ancha y suave la que inspira mi vuelta aquí, a este mi rincón.
Y son justos estos 80 días los que me pesan y pasan. Han dejado momentos bonitos, claro que sí. Momentos agradables listos para extraer de la memoria de nuestro smartphone, empaquetar y archivar junto con el resto de chapozones, tapitas, risas, caminatas, vinos semidulces, calles empinadas, pipas, cafés con hielo y verbenas populares bajo la luz de decenas de bombillitas.









Y ya bajo la luz de este atardecer me despido de este verano hasta el próximo 21 de junio, pues ya  me veo iluminada con la anaranjadas y cálidas, y mágicas luces que me traerá mi querido otoño.